Prólogo - Discursos Nobel 3


El canto de la obsesión
Por Gonzalo Márquez Cristo
La Colección Los Conjurados con este tercer volumen de los discursos pronunciados urbi et orbi desde Estocolmo por los galardonados con los Premios Nobel de Literatura, continúa desentrañando los sueños, consagraciones y derrotas de quienes con la elemental y milenaria herramienta de la palabra, han intentado comprender un tiempo, que fue llamado por Albert Camus el siglo del miedo, y que ahora se vislumbra como el del terror.
Los invitados a esta sublime cena interior, representan el aliento crítico de una civilización amenazada por oscuros delirios. Las obsesiones creativas y el alto compromiso con el destino humano, convierten esta publicación en una insoslayable herencia espiritual de nuestra época.
La búsqueda y evocación de los orígenes, es un matiz generalizado en estos hombres y mujeres que han decidido explorar las zonas más peligrosas y sublimes de la existencia. Así, aquella estratagema inventada noche tras noche durante tres siglos por una iluminada legión de perseguidores del asombro, que decidió oponer la imaginación a la muerte, es desplegada aún, mil años después, por un grupo de brillantes escritores que como Sherezada, pretenden enfrentar la imaginación al miedo y a la más reciente anonimia del terror.
Algunos temas han sido ineludibles para esta privilegiada secta. Indagar sus orígenes, explicar la cultura atormentada y feliz que les ha correspondido, dilucidar las huellas que en la infancia los fueron llevando por un singular sendero de revelaciones...
Hay quienes optaron por una alta lección poética, o respondieron con lucidez a la reiterada pregunta sobre la causa y el destino de su escritura. Pero para otros el interrogante se debatió en las coordenadas de su existencia. Y es así como Soyinka, Kertész y Gordimer (en este volumen), y Camus, Neruda, Walcott, García Márquez, Böll, Morrison, Brodsky, en los dos tomos anteriormente publicados, aprovecharon ese escenario único y planetario para hablarnos de su compromiso humanista, y para situar la palabra al servicio de la vida, y de la vida futura.
Existen algunos de estos discursos que poseen una connotación mítica por la eficacia de sus propuestas. La relación entre política y poesía fue enunciada genialmente por Quasimodo, el problema esencial del tiempo por Octavio Paz, la necesidad fundadora de la memoria por Czeslaw Milosz, la humildad orgullosa por Saramago, el vínculo entre ciencia y poesía por Saint-John Perse, en notables momentos de esta ceremonia secular...
En este tercer tomo, las variantes del pensamiento también tienen grandes intérpretes. Así, el italiano Eugenio Montale, preocupado por la evolución y el destino de la poesía, inicia la rebeldía del sueño con esta acerada crítica: «El arte es ahora la producción de objetos para el consumo, para ser desechados mientras se espera un nuevo mundo en que el hombre conseguirá liberarse de todo, incluso de su propia conciencia».
El primer africano –y primer hombre negro– en obtener el alto reconocimiento de la Academia Sueca en literatura, Wole Soyinka, en vez de realizar un planteamiento estético, elige algo más apremiante para su pueblo: pasarle a Occidente una cuenta de cobro humano, una factura moral, por todos los crímenes cometidos en ese territorio, a nombre de poderes y religiones expansionistas, donde arrogantes dioses invisibles impusieron con crueldad la «maldición derivada de la escapada nudista de Adán y Eva en el Antiguo Testamento». Para culminar denunciando a algunos pensadores fundamentales de Occidente cuyo racismo los llevó a enceguecidas digresiones: «A las bibliotecas no se les ha hecho limpieza, así que las nuevas generaciones libremente ojean los trabajos de Frobenius, Hume, Hegel o Montesquieu y otros, sin leer primero en la solapa: ¡Atención! Este libro es peligroso para su autoestima racial.»
T.S. Eliot, uno de los poetas más representativos del siglo XX, en un breve discurso de aceptación –economía lingüistica que ha sido una constante en los escritores norteamericanos premiados–, encomienda a la poesía la obligación de unir a todas las culturas: «Debemos recordar que mientras el lenguaje constituye una barrera, la poesía en sí misma nos da una razón para tratar de salvarla. Deleitarse con un poema derivado de otro idioma es disfrutar una comprensión del pueblo al que pertenece».
La adquisitividad, la rivalidad, la vanidad, el poder, y la posibilidad que tiene la sociedad de excitarse por una idea colectiva, son deseos que al filósofo y matemático inglés Bertrand Russell le parecen políticamente importantes. Este hombre que alguna vez juzgó a todos los países participantes en la II Guerra Mundial y que luchó contra el desarrollo nuclear, con tal beligerancia que a sus noventa años fue detenido por participar en una manifestación, afirma con su característico cinismo: «Yo nunca he sabido de una guerra que proceda de un salón de baile... Nosotros queremos a quienes odian a nuestros enemigos, y si no tuviéramos enemigos habría muy poca gente a quien podríamos amar».
Mientras Yorgos Seferis, en esa cenital ocasión, realizando una cátedra sobre poesía contemporánea griega, se adentra en los universos de Palamas, Sikelianos y Cavafis, y con la bella elementalidad de sus imágenes nos guía por esa nación que pertenece a todos los hombres y donde el origen tiene un significado mayor: «La tradición se mantiene por la capacidad de romper hábitos. Así demuestra su vitalidad». Para finalizar con una deslumbrante alusión homérica: «Agradezco que me hayan permitido sentirme como si yo fuera nadie –en el sentido que expresó Ulises cuando respondió al cíclope Polifemo, outiz –en esta misteriosa corriente llamada Grecia».
El norteamericano, John Steinbeck, famoso por sus duras críticas al capitalismo y a la desigualdad social, en su armonioso oratorio expresa con tono bíblico: «El hombre ha llegado a ser, para sí mismo, su mayor amenaza y su única esperanza. Así que hoy bien puede parafrasearse a San Juan, el apóstol: En el fin está la Palabra, y la Palabra es el Hombre –y la Palabra está con los Hombres».
La sudafricana Nadine Gordimer, retomando las recurrentes preguntas de por qué y para quién se escribe, como la incesante Penélope de un tejido político, responde al famoso poema de Bertold Brecht –donde plantea que en esta época hablar de árboles es casi un crimen– con esta rigurosa reflexión: «Muchos escritores han sido encarcelados... Todos ellos fueron a prisión por el valor mostrado en sus vidas, y han continuado asumiendo el derecho como poetas, para hablar de los árboles».
El checo Jaroslav Seifert, en una pieza maestra del ensayo filosófico –donde propone la creación de una escuela de la percepción para luchar contra la impuesta abolición de las tradiciones–, sueña con una alianza entre el pathos y el estado lírico, entre lo trágico y lo poético, capaz de redimirnos de nuestro destino aciago, pues si la sociedad no logra aquello «entonces no estará preparada ni para la lucha ni para el sacrificio».
William Golding, quien comienza por condenarnos a media hora de oscuridad permanente, declarándose pesimista universal y optimista cósmico, defiende la importancia social del cuento y la novela, en un texto donde el humor aflora en todos sus resquicios: «Como el difunto Sam Goldwyn, quien deseaba una historia que empezara con un terremoto y progresara hasta llegar a un clímax, a nosotros nos agrada un buen principio pero obtenemos mayor placer de una sucesión de hechos con un final feliz».
Y así llegamos a ¡Eureka!, el discurso pronunciado por Imre Kertész, verdadero crescendo del estremecimiento, tránsito de una hiperconciencia adquirida por su autor en los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, donde una vez fue declarado muerto en 1945, a la edad de dieciséis años; asombroso hecho que le permite sentenciar al obtener el Premio Nobel 2002, lo siguiente: «Así, pues, morí una vez para poder continuar viviendo –y tal vez ahí esté mi verdadera historia. Puesto que es así, dedico mi obra nacida de la muerte de este niño a los millones de asesinados y a todos aquellos que recuerdan aún a esos muertos».
Once testimonios de un tiempo que nos ha definido. Destellantes itinerarios por el país de la palabra. Escrituras enriquecidas por la obsesión. Ideas que se liberan para impugnar a una sociedad que ha confiado demasiado en el olvido y que tantas veces ha caído en la emboscada de la esperanza. Altas y consagradoras voces que dibujan la geología de nuestra desesperación, el terrible arcoiris de los gritos, pero también los más fecundos paisajes solidarios; porque creen que la historia del hombre está aún por comenzar.